Recuerdo cada instante en el que
tu cuerpo se estremecía ante el contacto de mi voz… recuerdo cómo te
acariciabas mientras yo te observaba… Recuerdo cómo tu piel se iba tornando de
serpiente.
Tu cuerpo completamente ardiente
se encontraba echado sobre el suelo, sobre el frío suelo que parecía derretirse
a cada movimiento de tus caderas… Esas caderas incitaban a besarlas, incitaban
a no permitirlas permanecer estáticas.
Quería que permanecieras en un
movimiento constante, como si de una Falsa Coral te tratases. Quería que te
guiaras con tu lengua por mi cuerpo a la par que yo hacía lo mismo con mis
manos sobre el tuyo, como si quisiera arrancarte la piel antes de que tú la
mudaras.
Ansiaba que te convirtieras en
ese animal de sangre fría, que me inyectaras tu veneno hasta hacerme
desfallecer, que mordieras mi cuello como si fueses una vampiresa, que tu
cuerpo serpentease sobre el mío mientras nos dejábamos llevar por el instinto.
Me sentía incapaz de apartarte la
mirada, pues esos ojos eran de basilisco, capaces de dejarme completamente de
piedra. Sin embargo, tu lengua se entrelazaba con la mía evitándome cualquier
mal, otorgándome toda la sabiduría que necesitaba en esos instantes.
Así, mientras nos devorábamos
irremediablemente la una a la otra, combatimos las leyes de la naturaleza, pues
sudamos y jadeamos…
Casi
como si fuésemos animales de sangre caliente.