lunes, 3 de diciembre de 2018

Adiós.


No han tocado a la puerta. No has escuchado las llaves abriéndola. Pero sí que has escuchado ese crujido tan particular que tiene al abrirse lentamente. Casi como un quejido. Casi como un lamento.

Permaneces inmóvil en tu habitación. Estás sentada de espaldas a la oscuridad del pasillo. No quieres girarte. No quieres mirar. Pero sabes lo que es.

Ha vuelto.

Creías haberla enterrado. Creías que había desaparecido para siempre. Pero en el fondo sabías que estaba ahí. Que nunca se había marchado. Que volvería para sumirte en la peor desgracia que podrías sufrir.

Sientes cómo se va aproximando. Tu miedo aumenta. Tus ojos se vuelven cristalinos. Tu respiración se entrecorta. Tus palpitaciones se aceleran. El nudo en la garganta te quema.

Sabes que no hay escapatoria.

Llevas toda tu vida huyendo de ella.

Tal vez ha llegado el momento de aceptarla y convivir a su lado. Dejar que te desgarre. Que te destroce. Que te utilice. Que te manipule.

Antes de que te des cuenta ya está en el umbral de la puerta. Sientes cómo sonríe, aunque no la estés viendo. Aunque no haya hecho ningún ruido. Aunque no quieras creerlo.

Se aproxima a ti. Tú continúas con la mirada fija en la pantalla del ordenador. La hoja en blanco deslumbra tu cara. La tenue luz que llega desde tu espalda crea una sombra, pero no es la tuya. Es mucho más grande. Y va creciendo. Crece hasta que cubre toda la luz. Dejando solo la pantalla iluminada.

Una especie de garra te acaricia el pelo. Baja hasta tu hombro y empieza a deslizarse por tu brazo hasta llegar a tu mano. Se acomoda en ella. Casi entrelazando lo que parecen que son sus dedos con los tuyos.

Se apoya en ti. Su respiración está en tu oído. Es realmente gélida. Te lame el lóbulo de la oreja. Tu cuerpo se congela. Su garra comienza a manejar tu mano sobre el teclado.

A

Tu corazón parece que va a estallar.

D

Todo tu cuerpo empieza a doler.

I

Sabes perfectamente que vas a sufrir.

O

Pero lo único que piensas: “por fin se acabó”

S.