domingo, 13 de octubre de 2013

El primer encuentro.

Desde que perdieron la vergüenza, hablaron de comerse a besos, soñaban despiertas con sus respectivos alientos.
Cada vez que hablaban, rozaban el tema, como si pudieran sentir el roce en sus labios de la palabra eterna.
Todos los días contaban lo que faltaba para que sus latidos se fundieran en una llamarada. Y cuando cada vez faltaba menos, iban en aumento sus deseos.

Cuando por fin se vieron, se unieron en un beso. El beso más deseado quizá de todos los tiempos.
Las horas corrían pero ellas acamparon en sus sonrisas. Palabra tras palabra, susurro tras susurro, caricia tras caricia, aumentaba su alegría.
Pasearon de la mano, con vergüenza todavía, pero tan felices que en su cupo no cabían. Quién iba a imaginar que esa noche, la pasión se desataría. Todos menos las amantes que aquel día se “conocían”.

Al posarse las estrellas, buscaron la Luna, pero como aquella noche, ésta estaba oculta. Pero no dejándose vencer por ello, se hundieron en mil y un besos.
Sus pasos las encaminaron solas hacia la cama, hasta que sin darse cuenta, estaban una encima de la otra, mirándose a la cara y deseosas de arrancarse la ropa.
Dejándose llevar por el ansia y el aroma de sus cuerpos, arrinconaron cualquier atisbo de sueño. Esa noche estaba hecha para permanecer despiertas.
La camiseta, el pantalón… la ropa interior. Poco a poco fueron haciéndose lo que el otoño a los árboles, lo que la primavera a una flor.
En esos instantes la vergüenza no existía, el día no existía, la gente no existía. Sólo ellas dos flotando sobre una balsa que más tarde las acunaría.
Desesperadas, una decidió ser quien dominaría. Inmovilizando a la otra, comenzó a acariciarla, empezando desde la cara y descendiendo… muy lento.
A través de su flequillo negro, asomaba una sonrisa pícara junto a esos dos ojos verdes que mataban con la mirada… Iba a matarla de placer.
En ese momento, empezó la danza más antigua, la danza del sexo. Al ritmo de los gemidos sacudían sus cuerpos.
Las suaves embestidas pasaron a ser fuertes, los gritos lo pedían, se intensificaban según ella lo quería.
“Más”, le suplicaba. “Dios”, decía. “Sigue”, exigía. Ansiaba tocar el cielo esa noche, ver las estrellas de cerca y ella ese deseo le cumpliría.
Por un momento, abrió los ojos, y pudo ver en la otra, esa Luna que tanto adora, rodeada por estrellas con un ligero destello verde.
En ese preciso instante, tocó el cielo y, con un grito mezcla de júbilo y placer, lo anunció a todo el mundo. Mientras, su amante la sonreía entre sus piernas todavía.
Ella la cogió del pelo y la obligó a darle un beso mientras decía: “eres increíble”, al mismo tiempo.

Tras eso, recogió al sueño arrinconado y lo depositó sobre el cuerpo aún desnudo de esa impresionante mujer. Decidió entregarse a ella plenamente.

Con un último beso, las amantes se despidieron hasta que despertaran luego, abrazadas la una a la otra, como llevaban tanto tiempo queriendo.

Esto sólo fue el comienzo... 
¡Por cierto! Fotografía hecha por Julia Cremades, aquí tenéis su Flickr: http://www.flickr.com/photos/sientela :)

jueves, 3 de octubre de 2013

Somos únicos.

Todos empezamos siendo mudos, incapaces de caminar e incapaces de valernos por nosotros mismos. Necesitamos el apoyo de otras personas para aprender, y la vía más rápida es imitando sus acciones, sus gestos, su forma de hablar... pero eso me hace cuestionarme algo… ¿quiénes somos realmente?
Si desde siempre hemos vivido imitando, ¿quiere decir eso que no tenemos una personalidad propia? ¿Quiere decir eso que todos somos plagios modificados, evolucionados?

Al pensar eso me siento estafada. ¿Por qué nos creemos únicos entonces? No tiene sentido.

Con estos pensamientos en mente, camino a oscuras por el pasillo de mi casa, es largo y lleno de espejos adosados a las paredes, con varias habitaciones que se reflejan levemente en éstos. Mi silueta se confunde con la negrura de mi dulce hogar, dudo de si soy yo o hay algo que me persigue entre las sombras.
Por fin llego a mi habitación y enciendo una pequeña lámpara que ilumina el habitáculo tenuemente. La luz tiñe los muebles de un tono anaranjado. Sobre la mesa puedo ver esa figura de Harry Potter que me regalaron de pequeña, ese par de dados de la “suerte” y una fotografía con mi hermana que tendré por siempre. Llevada por la añoranza y por el frustrante pensamiento de creer que tan solo soy un cúmulo de personas que he ido imitando a lo largo de mi vida, cojo la rosa negra que me regaló una amiga hará ya un par de años atrás por San Valentín (bonito detalle, por cierto. Considero que en fechas tan señaladas debería celebrarse el amor en sí, ya sea fraternal como entre amantes), la huelo pese a que carezca de olor alguno y saboreo los recuerdos.

Los recuerdos… los recuerdos de cada uno sí son únicos. Nadie posee exactamente los mismos recuerdos, ni siquiera si han vivido la misma situación dado que cada persona tiene su propia perspectiva al observar los hechos. Entonces los recuerdos son aquellas experiencias pasadas y, como siempre se dice, “de las experiencias se aprende”.

Pensando esto, comienzo a mirar a mi alrededor; esa rosa imperecedera que me regaló mi mejor amigo cuando salí de la operación, esa letra de canción que siempre cantaba en clase con la que entonces fue mi compañera y la que ahora es mi amiga, ese dibujo calcado de mi anterior libreta por la que entonces era mi mejor amiga, ese collar hawaiano que me regaló una muy buena amiga en una noche de fiesta tras un año sin verla, ese escrito en el que una vez me compararon con una “rosa sin espinas” (pobre ingenuo), esa fotografía de cuando hacía hípica, múltiples folletos de concursos de escritura, mi poema favorito junto a una rosa seca… todo ello conforma mi pasado y, en cierto modo, caracteriza mi presente.
Sin embargo, sigo mirando a mi alrededor, veo más cosas; ese dibujo de mi serie de animación favorita, esa caracola con forma de estrella (fue increíble que me regalara esto, teniendo en cuenta mi pasión por las estrellas y la Luna), esa bolsa del musical del Rey León con el CD dentro, la carta que recibí por mi décimo octavo cumpleaños, las púas de uno de mis grupos favoritos (Aerosmith, grandes), la pulsera que me regaló la primera vez que visité Madrid… y ese otro dibujo surrealista que me inspira tranquilidad, y a su vez motivación por lograr mis sueños…  Todo esto conforma mi presente y caracteriza mi futuro.

Es cierto, lo que estoy viviendo ahora no es fruto de mi imitación de los demás, lo que estoy viviendo es fruto de mis propias experiencias. No ando a ciegas, como iba hace un rato por mi pasillo, tengo un sueño y unos objetivos. Pero lo mejor es que no me hallo perdida en un sórdido camino, sino que éste se encuentra perfectamente iluminado hacia mi meta.

En ese preciso momento, decido volver a caminar por el pasillo y, a medida que avanzo, puedo ver que los espejos reflejan a la perfección esa silueta que consideraba la mía propia y que, sin embargo, era la de ella. Ahí está siempre, protegiéndome e iluminándome a diario, aunque no la vea, como la Luna. Por muy lejos que esté de mí, puedo abrazarla cada noche, pues su crepúsculo me arropa.


Entonces es cuando por fin me doy cuenta: somos únicos por nuestro pasado, somos únicos por nuestras decisiones, somos únicos por nuestros sueños, somos únicos por la gente con la que vamos… somos únicos por la persona a la que amamos.

Espero que os haya gustado, porque a mi me ha encantado escribirlo. 
Por cierto, el dibujo que veis en la fotografía es de Cristina Medina, aquí tenéis su web: http://cristinamedsan.wix.com/fotobook :)

¡Hasta la próxima!