sábado, 21 de noviembre de 2015

Paseos nocturnos.

La ciudad había sucumbido a la vida nocturna. Los gritos eufóricos de la gente se escuchaban a la lejanía. Pero ella no participaba en el bullicio de la locura personificada.

Caminaba lentamente, alejándose de todo. Tenía un rumbo fijo: volvía a casa. Sin embargo, no parecía que fuera alguna parte. Sus pasos la zarandeaban, como si el mar en calma la moviese por una ligera corriente, como si ella fuera una pequeña barca en mitad del inmenso océano.

Cada zarandeo hacía que un nuevo pensamiento llegara a su mente. Aunque todos los pensamientos tenían un factor en común: ella.

No obstante, no le preocupaba. Un sentimiento de calma la inundaba, como la lluvia iba inundando la ciudad a los ojos tranquilos de la niebla que se posaba relajada sobre su cabeza. No se distinguían las figuras de las personas que iba encontrando en su camino, pero siempre imaginaba la misma figura. Con ese caminar característico cuando se acerca a ella, directa hacia sus labios.

Solo quería compartir ese paseo nocturno con ella. Y por mucho que la melancolía la invadiese, la sonrisa no se le borraba. Sabía que lo compartiría muy pronto, y no solo una vez. No solo una noche.

Serían muchas las noches que pasarían juntas. No le preocupaba el tiempo, o la soledad del momento. Porque justo eso es lo que era, un simple momento.

Entonces siguió caminando, pensando en el nuevo día que se abriría en pocas horas, pensando en cómo esa noche sería una noche menos para encontrarse entre sus brazos.

Una noche menos para verse. Una noche más para recordarla a su lado, abrazándola.


miércoles, 21 de octubre de 2015

Bienvenida al mundo, pequeña.

En este mundo, en ciertas ocasiones, los seres humanos somos capaces de enamorarnos sin  ni siquiera saber cómo es la otra persona.

Parece un suceso extraño, pero ocurre muchas más veces de las que la gente piensa.    

Yo, por ejemplo, soy un caso de esto.  
  
Porque verás, pequeña. Yo ya estoy enamorada de tu risa pilla que suena por toda la casa  cuando haces alguna travesura, aún sin haberla escuchado todavía.    

Yo ya estoy enamorada de esa mirada de corderito que pones cuando quieres algo o cuando  te están regañando, aún sin haberla visto nunca.

Yo ya estoy enamorada de esos abrazos tan cálidos que das por lo feliz que estás al verme,  aún sin haberlos sentido en mi vida.    

Yo ya estoy enamorada de esos pasos torpes por la calle que das, tropezándote de vez en  cuando, aún sin haberte visto caminar.    

Yo ya estoy enamorada de esa tierna voz que me contará todos y cada uno de tus problemas  y alegrías, aún sin haberte oído hablar.    

Yo ya estoy enamorada de ti. Aunque todavía tus pies no hayan tocado nuestro suelo.  Aunque todavía tu cuerpo no se haya acomodado en nuestro sofá. Aunque tus juguetes no se  hayan buscado un hueco entre nuestras cosas.    

Y es que verás, pequeña. Yo ya estoy enamorada de ti antes de que tu mirada se haya  cruzado con la de tu madre, con la de tu padre, con la de tus abuelos, con la de tu  bisabuela… antes de que se haya cruzado con la mía.   

 Estoy enamorada de ti antes de que hayas venido a este mundo. Y lo seguiré estando por  todo el tiempo que estemos juntas en esta vida.    

Te quiero, sobrina. Te espero impaciente para enseñarte todo lo que he aprendido y para  ayudarte a descubrirlo todo por ti misma.   

 Nos conoceremos muy pronto.

martes, 13 de octubre de 2015

Carta de añoranza.

Buenas noches, Oniria:

¿Sabes? Últimamente mi mente está continuamente distraída. Aunque te eche de menos, soy capaz de ignorar la tristeza de no verte y seguir sonriendo, tal y como siempre he hecho, sobre todo desde que te conocí por segunda vez.

Sin embargo, de vez en cuando mis labios preguntan por ti. En un suspiro me preguntan dónde están los tuyos para calmar el frío, que dónde están para darles abrigo, para evitar que se corten.

Pero no son sólo ellos. Mi piel también pregunta por ti. En un escalofrío, donde se eriza todo mi bello. Se cuestiona el motivo por el que tus manos no la están acariciando, tranquilizándola cuando, tal vez, tras una pesadilla, está muerta de miedo.

Mis ojos también me han hecho alguna que otra pregunta. En algunos pestañeos, entre alguna risa que les obligan a achinarse. No entienden por qué no hay unos ojos marrones observándolos, risueños por la manera que tienen de entrecerrarse.

Mi risa es otra que tal. Cada dos por tres se pregunta el porqué de la ausencia de una voz llena de ternura cuando estalla en mil carcajadas. Esa voz que tanto la tranquiliza y que hace que se sonroje como si fuera una niña pequeña a la que le han dicho lo guapa que está.

Mis manos también están inquietas por no sentir las tuyas. Me lo recuerdan cada vez que jugueteo con algo entre mis dedos y no son tus nudillos cuando vamos tomadas de la mano y me divierto apretándolos para que tú me sigas el juego.

Incluso mis pies están llenos de incertidumbre. No entienden por qué cuando tienen calor no hay unos pies fríos enredados entre ellos calmándolos, relajándolos para poder descansar después de un largo día de paseos.

Parece como si cada parte de mi cuerpo recordara el tuyo. Esperando el momento en el que pueda sentir cada parte de ti unido a él.

Entonces es cuando mi mente vuelve a recordarte. Y sí, es posible que me invada la tristeza. Pero también la alegría. Porque sé que podré volver a vivir todo ello muy pronto.

Y en ese momento es cuando vuelvo a sonreír. Porque recuerdo tu risa sonando al unísono con la mía mientras te hago cosquillas.

Te echo de menos, es cierto. Sobre todo cada noche. Pero esa es la señal perfecta, porque sé que no te puedo echar de más, porque sé que esperar tiene su recompensa. Porque sé que cuando nos volvamos a ver, será mejor que nunca.


Buenos días, Oniria. 

Espero que tu noche haya sido tan plácida como la mía tras soñar contigo. Con nosotras. Juntas de nuevo.

domingo, 4 de octubre de 2015

Abre.

Golpes al otro lado de la puerta.
Martilleos en la sien.
Pulso acelerado.

¿Miedo? Tal vez.

Seguramente cualquiera lo sentiría.
Pero no.

Yo no.

Algo está llamándome.
Algo desconocido.
Algo por descubrir.

¿Miedo? Nunca.

¿Impaciencia?
¿Euforia?
Siempre.

Dos pasos.
Un giro de muñeca.
Una oportunidad.

Habrá que aprovecharla.



viernes, 21 de agosto de 2015

Revuelto de corazón y tripas.

Latidos. Lentos. Crujen.
Lo guardé en un puño. Alguien lo abrió y se lo comió frente a mí.
Ahora, cuando camina, se escucha cómo retumba.
Y se escucha un ligero llanto detrás.

Siempre atada. Siempre esclava.

Pero estoy bien así. No me importa.
Prefiero sentir dolor a no sentir nada.
¿Qué sería entonces?
Sin mi alegría no soy nadie. Pero sin sentimientos no soy nada.

Estoy aquí para que algo de mí suene en el mundo.

Aunque sea el amasijo revuelto de los pedazos de mi corazón.
Chocando entre ellos en su estómago.
¿Por qué los puso en su estómago?
Se suponía que lo iba a unir al suyo.
No que se lo iba a comer.
Delante de mí. Torturándome.

Ahora, mi llanto es mi melodía.

Y la de toda mi vida. No solo del momento.
Tal vez alguna vez decida vomitar los pedazos.
Y yo estaré ahí para unirlos con sus jugos gástricos.
Qué desagradable. Pero qué oportuno.
Ni siquiera sé si tiene sangre en las venas.
Tendré que descubrirlo.


No me queda otra. 

jueves, 16 de julio de 2015

Mi sitio.

Cuanto más observo a mi alrededor, más me percato de ello.
No pertenezco a tierra firme.
No soy capaz de permanecer estática.

Necesito ver mundo. Necesito viajar.

Mientras veo cómo las alas del avión van cortando por la mitad las nubes, mis pensamientos desvarían.
Una caravana. Sin rumbo. Con compañía. 

Un viaje hacia ninguna parte para reencontrarme conmigo misma.

Los pedazos de nube que pesan demasiado, caen sobre el océano, fundiéndose con la espuma de las olas. Es un espectáculo digno de ver, sobre todo a tantos km de altura.

No, definitivamente mis pies no están hechos para el suelo. Mi sitio no está ahí abajo.

Mi sitio está por encima de las nubes.

martes, 7 de julio de 2015

Puño y corazón.

De giros, saltos y tropiezos va todo esto. De un no saber el camino. De ir a ciegas rozando paredes con los nudillos.

Que parece arriesgado, sí. Pero qué satisfactorio. Nunca sabemos qué hacemos. Pero algo nos empuja a ello.

No parece sencillo. Tampoco queremos que lo sea. ¿De qué serviría que lo fuera? Caería en la rutina, en el aburrimiento.

Y nadie quiere eso.

Correr por las líneas de una mano. Sin esperar que cuando se llegue al final haya algo que impida el gran salto. Correr sin pensar que se puede cerrar en un puño.

Pero qué más dará, si así es como llevamos el corazón. Bien agarrado, pero a la vista de todos. Porque de nada sirve ocultarlo. Porque de nada sirve resguardarlo. Que lo dañen lo que quieran. 

Es tan fuerte como su dueña.

jueves, 14 de mayo de 2015

Euforia nocturna.

Tendemos a creer que no somos lo suficientemente buenos. Tendemos a pensar que siempre va a haber alguien mejor, alguien más “perfecto”. Tendemos a sumirnos en un vacío que creamos nosotros mismos. Sin embargo, todo eso se encuentra en nuestra mente. Podemos ser todo lo que queramos y más. 

La única norma es no rendirse.

Veréis, no sé si será por todas las películas que he visto, por todos los libros que he leído o por toda la música que he escuchado, pero nunca me he sentido menos que algo. Sé quién soy y sé lo que quiero. Por esto mismo, sé perfectamente que debo esforzarme por ser la mejor versión de mí misma y que debo esforzarme para lograr mis objetivos. 

Porque puedo lograrlo.

Podría dejarlo ahí, pero es que hay una parte ineludible que ha afectado tremendamente a mi carácter: la gente que he conocido. Puede que me haya llevado muchísimas decepciones a lo largo de los años, al igual que yo he decepcionado, pero es que eso me ha formado como soy, como siempre debía ser. Aunque, obviamente, también he conocido muchísimas personas que nada más verlas llegar han dibujado una sonrisa de oreja a oreja en mi cara. ¿Y sabéis qué me ha pasado? Que esa sonrisa ya no se va. 

Por mucho que intenten borrarla.

Así que aquí estoy, sonriendo inevitablemente mientras los Beatles llenan mis oídos de alegría, porque “here comes the sun”, aunque sea medianoche. Porque el Sol siempre llega (y que no me venga ningún listillo diciendo que hay sitios en los que no, que ya sabéis que no hablo del físico, malditos). No podemos echarnos piedras a los bolsillos si lo que pretendemos es lanzarnos desde una azotea. Deberíamos atarnos globos, ¡y de muchos colores! ¡Que se nos vea bien desde el suelo! Porque la gente tiene que darse cuenta, que vivir en un mundo oscuro es bonito, pero pasar la eternidad en él es amargo, demasiado amargo. 

Siempre hay que querer darle un bocado a las nubes.

En estos momentos de euforia (in)contenida, os invito a TODOS a buscaros un buen Fuyur y a que busquéis vuestro propio País de las Maravillas, paseándoos por todos los rincones del mundo antes de llegar, pues hay tantas experiencias y tanta gente de la que aprender que en ningún momento debéis ir con prisa, así que aprended de nuestro amigo Ulises.

Lanzaos a por lo que más deseéis. Merecerá la pena.



PD.: No, no he tomado ninguna droga. Dejadme con esta locura transitoria.

miércoles, 15 de abril de 2015

Danza infinita.

La danza guió los pasos hasta el negro abismo en el que nos derretimos, cayendo con la elegancia de una gota de agua por una mejilla encharcada.

Tal vez se temía el golpe final, el compás que sonaría al ritmo de la batuta, pero en ese instante daba exactamente igual.

Seguramente podríamos planear, que no volar. Íbamos danzando, creando ondas de fuego alrededor. Dos globos aerostáticos que descendían velozmente.

Vueltas y más vueltas sobre nuestros ejes. La caída parecía infinita. Que tal vez lo era. Nunca quise abrir los ojos del todo. Si los abría, prefería perderme en el amanecer color miel.


Un brindis por esa danza infinita que quizá terminó nada más comenzar.


domingo, 22 de marzo de 2015

El valor de una niña.

Conocí una vez a una niña muy interesante.

Era realmente asustadiza. No podía caminar sola por la calle, no podía ver ninguna película de terror, no podía cruzar un pasillo a oscuras, no podía dormir sin música… Era el miedo encarnado.

O al menos, eso creía yo.

Siempre la debía llevar de la mano, a mi vera, para que fuese capaz de alcanzar sus metas. Porque sí, joder si las tenía. Sus sueños eran aquellos que nadie se atrevería a anhelar. Pero ella, pese a todo su miedo, quería intentarlo.

Y lo intentó.

Y lo logró. Sin embargo, dejó de necesitar mi ayuda para ello. A cada paso que ella daba hacia delante, soltaba un dedo más de mi mano. Ya no necesitaba sentirse atada a algo para continuar hacia delante.

Se iba convirtiendo en mujer.

Pero al mismo tiempo, yo me iba convirtiendo en niña. Cuanto más se alejaba ella de mí, cuanto más era capaz de caminar sola, de pasearse por la oscuridad, más pánico sentía yo. Me estaba quedando sola.

Moría de miedo.

Ella acabó desapareciendo de mi vida. Supe que acabó siendo una mujer que había cumplido sus sueños y que era realmente feliz. Sentí alegría por ella, pero yo me sentía tan perdida que no sabía hacia donde avanzar.

Así que me quedé parada.

Observaba todo cuanto había a mi alrededor. Intentaba encontrar a alguien que me necesitara, alguien que quisiese cogerme de la mano para alcanzar sus sueños, alguien que tuviera miedo. Porque si alguien tenía miedo, yo me veía obligada a no tenerlo.

Pero no lo encontré.

Y me quedé sola. Como en realidad siempre lo había estado. Fue entonces cuando vislumbré mi futuro si continuaba así, vagando errante… sin sueños. Creo que en ese momento, abrí los ojos.

O tal vez los cerré. No lo recuerdo.

En ese instante, empecé a soñar. Tras tocar fondo, tras pensar que moriría sin anhelos ni metas, encontré una. Esa meta, ese objetivo, me hizo volver a sentir. Y no, ya no sentía miedo. Y no, tampoco necesitaba a nadie.

Sentía decisión.

Así que me embarqué en el viaje en el que me encuentro todavía. Viendo el mundo, conociendo, aprendiendo, disfrutando… viviendo. Sin necesidad de nadie. Siendo capaz por mí misma. Atreviéndome a todo.

Siendo yo misma. Feliz.

Viviré mi sueño. Lo sé seguro. Y cuando lo haga, volveré a encontrarme con esa niña y le diré: “por fin de nuevo juntas. Sé que ya eras una mujer, pero necesitaba recordar lo que era el miedo para encontrarme con la valentía, por eso te vine a buscar”.

lunes, 9 de marzo de 2015

Asifixia.

Una oscuridad creciente se sumía sobre sí misma. Las pocas velas se iban desintegrando poco a poco. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Todo era relativo. Sus pensamientos no le permitían escuchar el correr del reloj. Eran pensamientos calmados, tranquilos, infinitos. No pretendían atormentar su alma, sino todo lo contrario.

Su voz interior le pedía paz.

Acariciaba su tez a la par que recordaba la sensación del frío erizándole la piel. Sin embargo, se encontraba sumergida en el más profundo infierno. No porque estuviera pasándolo mal, sino porque había conocido los mayores pecados y se había codeado con los cuerpos más ardientes.

Su cuerpo buscaba el frío.

Por un momento, entre el maremoto intangible de sensaciones, un pesado silencio perpetró sus oídos, empujándola hacia abajo, empujando para que se ahogara. Bajo la presión de todos esos litros, su pecho oprimía cada vez más su corazón, encogiéndolo como si un puño hubiera decidido romper una pared de un cabezazo.

Sus latidos la mataban.

Pero a ella le daba igual. Continuaba sumergida, omitiendo pensamientos, omitiendo sensaciones. Tan solo se dejaba llevar por la presión, por los latidos, por la piel erizada… por los recuerdos… por las sonrisas marcadas a fuego. Todo aquello pertenecía a su alma, era inseparable, imparable, inamovible.
Sus ojos se abrieron.

En tan solo un instante, pudo ver todo lo que se encontraba alrededor de ella: todas las velas habían perecido, el sonido del reloj se había detenido por completo, su cuerpo ya no sentía ni frío ni calor, su pecho ya no sentía presión, sus oídos ya no escuchaban sus latidos… Tal vez debió salir a coger una bocanada de aire antes.

Ahora era un cúmulo de sensaciones muertas.


lunes, 2 de febrero de 2015

Piel de serpiente.

Recuerdo cada instante en el que tu cuerpo se estremecía ante el contacto de mi voz… recuerdo cómo te acariciabas mientras yo te observaba… Recuerdo cómo tu piel se iba tornando de serpiente.

Tu cuerpo completamente ardiente se encontraba echado sobre el suelo, sobre el frío suelo que parecía derretirse a cada movimiento de tus caderas… Esas caderas incitaban a besarlas, incitaban a no permitirlas permanecer estáticas.

Quería que permanecieras en un movimiento constante, como si de una Falsa Coral te tratases. Quería que te guiaras con tu lengua por mi cuerpo a la par que yo hacía lo mismo con mis manos sobre el tuyo, como si quisiera arrancarte la piel antes de que tú la mudaras.

Ansiaba que te convirtieras en ese animal de sangre fría, que me inyectaras tu veneno hasta hacerme desfallecer, que mordieras mi cuello como si fueses una vampiresa, que tu cuerpo serpentease sobre el mío mientras nos dejábamos llevar por el instinto.

Me sentía incapaz de apartarte la mirada, pues esos ojos eran de basilisco, capaces de dejarme completamente de piedra. Sin embargo, tu lengua se entrelazaba con la mía evitándome cualquier mal, otorgándome toda la sabiduría que necesitaba en esos instantes.

Así, mientras nos devorábamos irremediablemente la una a la otra, combatimos las leyes de la naturaleza, pues sudamos y jadeamos…


Casi como si fuésemos animales de sangre caliente.

sábado, 24 de enero de 2015

Demonios.

Sus ojos se entreabrieron en mitad de la penumbra, intentando acostumbrarse a la oscuridad que la rodeaba. Aunque ella no estaba tan segura de querer verlo todo.

Permaneció inmóvil en la cama cuando descubrió que algo se encontraba entre sus brazos. Con el corazón acelerado y el sudor frío, lo abrazó fuerte. Casi con la intención de asfixiarlo.

Sus pesadillas se habían vuelto tangibles, visibles… reales.
Un demonio las había encarnado… todas ellas.

Las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro mientras ese pequeño demonio clavaba sus garras en el pecho de la chica. La sangre perfilaba su cuerpo, dibujando la escena de un crimen sobre la cama.

Pero no podía soltarlo. ¿Qué ocurriría si lo hiciera?

Las pesadillas de esta chica iban desde lo más corriente… a lo más sangriento. Su infancia se basó en recurrentes malos sueños donde toda su familia y amigos eran asesinados por… algo. 

Y no estaba dispuesta a comprobar si en realidad todo aquello eran premoniciones.

Continuó abrazándolo, evitando que ese demonio escapara y sembrara más terror del que ella ya sentía. En su mirada podía verse, a la par que el pánico, la curiosidad de cómo sería ese ser extraño que encarnaba todos sus peores miedos.

Así que, mientras el demonio seguía arrancándole la piel a tiras, poco a poco, un trozo por cada una de sus pesadillas; ella decidió observarlo, sin soltarlo. Lo que encontró no le sorprendió lo más mínimo.

Unos ojos rojos y una sonrisa de satisfacción.

Justo en ese instante, cuando se vio a sí misma reflejada en ese rostro, el demonio atravesó su garganta con esas afiladas garras. El grito de la chica quedó ahogado por la sangre que comenzó a brotar de su cuerpo, pero no contento con ello, el demonio le arrancó los ojos.

Esos ojos eran testigos de algo que nunca deberían haber visto.

Ese demonio, tras asesinarla, volvió a fundirse con ella, con su cuerpo. Justo ahí donde había hecho los jirones en su piel, se adentró, llegando a su corazón. Pues no pudo escapar, ella todavía lo estaba abrazando.

Durante su vida ella no fue capaz de convivir con sus demonios.

Ahora lo intentaría en la muerte.

miércoles, 21 de enero de 2015

Tentar a la suerte.

¿Sabéis? Uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando era niña fue aquella vez en la que, con tan sólo tres añitos, escalé hasta lo más alto de la pirámide, No sé si alguna vez las habéis escalado. Son esas estructuras que hay en las playas en forma de pirámide que se asemejan a una tela de araña. Creo que fue la primera vez que sentí lo que era el riesgo y, la verdad, lo disfruté muchísimo (hasta que mi madre vino a darme unas cuantas palmadas en el culo y a reñirme, obviamente).

Desde entonces lo supe.

Mi vida no estaba destinada a algo “corriente”. Yo necesitaba el riesgo, la emoción, la incerteza del qué pasará, el peligro que existe en cada esquina (si se tuerce por el desvío adecuado). Y desde ese instante siempre me encuentro buscando nuevas aventuras que lleven mi alma al puro éxtasis, que la adrenalina colme mi cuerpo hasta los más recónditos resquicios y toda mi presencia tiemble al son de los latidos acelerados que marcan el paso frenético de mi existencia.

Busco los límites de las sensaciones.

Sin embargo, no es tan sencillo. Las responsabilidades siempre se encuentran de por medio (y juro que intento ser una chica responsable), imposibilitando que realice todas las locuras que surgen en mi mente. Tal vez, por este motivo, terminé siendo muy crédula. Porque soy realmente crédula. Creo en fantasmas, en supersticiones, en ese “algo más” que hay en un plano paralelo. Gracias a esto, en muchas ocasiones, el miedo colma todos mis pensamientos (y sé que a vosotros también, sino seríais capaces de recorrer vuestro pasillo a oscuras sin necesidad de correr).

Me encanta el miedo. Lo ansío.

Porque, para mí, superar esos miedos significa superarme a mí misma y, al superarlos, obtengo ese éxtasis que siempre ando buscando. Ese miedo puede surgir de las más nimias cosas de la vida: desde romper un espejo y asustarte por esos 7 años de mala suerte que te pueden acontecer, hasta caminar sola por la noche y temer que te violen o te secuestren. Aunque, desde luego, nada se asemeja a dormir sola tras ver una película de terror (Babadook me persigue todavía, maldito sea).

Así que yo misma produzco situaciones en las que sienta miedo.

Siempre que puedo, intento realizar todo aquello que las supersticiones dicen que no se debe hacer: derramo sal sobre la mesa, me niego a tocar madera cuando alguien lo dice, mi número favorito es el 13 (y adoro cuando en la noria me toca el 13 amarillo), si alguna atracción cruje me gusta mucho más (tal vez por eso me encantó “Estampida” en Port Aventura), voy en busca de cruzarme gatos negros (incluso tuve uno que se llamaba Gogolino), me encanta sentarme justo en los barrancos, hablar con desconocidos es mi pasatiempo favorito, salir a pasear sola es mi mayor entretenimiento… Por supuesto, también pretendo realizar todos y cada uno de los deportes de riesgo que se han inventado y están por inventar. 

Porque me encanta exponerme así, porque la adrenalina da sentido a mi existencia, porque, en definitiva…


Adoro tentar a la suerte.

domingo, 18 de enero de 2015

Camino errante.

Antes de que empecéis a leer, debéis saber que este relato fue una improvisación completa a través de un audio de WhatsApp. No iba a subirlo, ni siquiera se me había ocurrido, pero por la sugerencia de una amiga (Shara), lo he hecho. Os dejo también el audio, porque creo que, ya que existe la posibilidad, siempre está bien saber qué voz le pondría el autor. Espero que, aunque no os guste, os llame la atención.


Era un ser extraño, no tenía forma propia. Era más como una silueta. Era un ente formado por los recuerdos de la gente. No conocía su nacimiento, no conocía su camino, menos aún conocía qué debía hacer; ¿vagar por el mundo tal vez? No estaba seguro de ello, pero era lo único que tenía: caminar con esos pies que no eran pies, sino que eran siluetas, una mera sombra sobre el suelo.

Pasaba entre la gente pero nadie se detenía a mirarlo, ¿qué más da? Si es solo una silueta, una sombra proyectada por el Sol, aunque cuando se paraban a mirar, nada podía reflejar esa sombra… pero a nadie le interesaba, tal vez se les había metido algo en el ojo. Ese ente continuaba caminando, sin rumbo, errante, dejando incluso migas de pan, que no podía tocar, a su paso, para recordar el camino de vuelta.

Y se encontró una vez, mirando al horizonte, viendo un camino seguro, ese que llevaba recorriendo todo el tiempo… vio un desvío; tal vez era un desvío lleno de peligros, pero le parecía que en ese camino encontraría algo más parecido a él, algo que le llenara completamente y evitara que fuera simplemente ese cúmulo de recuerdos y experiencias de las personas que le rodean, sino que, tal vez siguiendo ese desvío, conseguiría ser algo…

Ser alguien…

Lo observó detenidamente y… siguió recto.

No se atrevió a dar el paso.


Ridículo.

martes, 13 de enero de 2015

4500 atardeceres.

El tiempo va pasando a diario, ofreciéndonos experiencias que permanecerán escritas a fuego en nuestra alma y otras tantas que desaparecerán como un mensaje escrito a la orilla del mar, arrastrado por las olas.

Entre tantos momentos que vivimos y que quedan en nuestra memoria, se encuentran cientos, mejor dicho, miles de amaneceres. Esos amaneceres por los que la gente se pelea, esos amaneceres que nadie quiere ver solo, esos amaneceres que tiñen todo de una calidez inimaginable y que, pese a lo mala que haya sido la noche, nos obligan a sonreír involuntariamente. Esos amaneceres son perfectos.

Sin embargo, nunca he sido de amaneceres.

Durante prácticamente toda mi vida, habré visto unos diez. Tal vez sea extraño este suceso, pero para mí es algo lógico. Normalmente no tengo interés en ver amanecer, pues en mi opinión, lo verdaderamente importante es la noche que he dejado atrás. Obviamente, los amaneceres me parecen realmente preciosos, y con una taza de café en mano y el mar de frente, son lo mejor que te puedes encontrar.

Pero no busco amaneceres.

Lo que realmente le interesa a mi alma es ver cómo se oculta el Sol, cómo desaparece para dar paso a una oscuridad tranquilizadora, para permitir que nos sumamos en nuestros más profundos pensamientos porque (y no me lo podéis negar), además de cuando estamos en la ducha, cuando más pensamos y más sinceros somos es en la claridad nocturna. Tal vez sea porque sentimos que en la oscuridad nadie nos juzga realmente. Tal vez en la penumbra todos seamos iguales, sin diferenciar entre buenos y malos, entre errores y aciertos…

Busco atardeceres.

Así es. Vivo buscando atardeceres donde resguardarme, donde el día más soleado da paso a la noche más estrellada, donde corto un pedazo de cielo y lo utilizo como manta, donde las sonrisas brillan más al estar sumidas en la oscuridad, donde la lluvia iluminada por las farolas se asemeja a una cascada partida. Quiero atardeceres. Quiero verlos todos y escribir sobre ellos.

Porque no hay ningún atardecer igual.

Cada día somos una persona diferente de la que éramos ayer y eso se refleja en la noche, cuando hacemos un repaso de las nuevas experiencias que han colmado nuestro cuerpo. Cada día pensamos de una manera distinta, cada día las personas que nos rodean nos influyen de una forma u otra, cada día es una nueva aventura y cada noche es la conclusión de ésta, la evaluación final (prácticamente lo más importante) o, incluso, el comienzo de una nueva.

He vivido más de noche que de día.

¿Cuántas veces, durante el día, os habéis sentido apenados? Pero llega la noche y tenéis todo el tiempo del mundo (aunque quizá sean solo ocho horas) para daros cuenta de que el problema no es tan grave. Y, si no sois capaces por vosotros mismos, siempre habrá un amigo que te diga: “esta noche te voy a hacer reír”. Y lo hace sin esfuerzo alguno. Porque por la noche, vivir es más sencillo. No habrá nadie que te juzgue por caminar más lento que la muchedumbre que te arrasa durante el día, no habrá nadie que te mire extraño por escalar una farola, no habrá nadie que te dé represalias por jugar un “ding dong piro” (a menos que, en lugar de salir corriendo, te quedes frente a la puerta esperando).

La noche siempre me ha ofrecido más oportunidades.

Por este motivo, y tantos otros que guardaré para un próximo relato, he visto mínimo 4500 atardeceres de unos 6950 días que he vivido. La mayoría los he vivido en solitario, pero eh, no dudéis en compartir esos instantes. Son realmente maravillosos y no hay nada como volver paseando por las calles acompañados de una buena conversación y una buena compañía. Y, si esa noche tenéis todo el tiempo del mundo, tumbaos y observad ese precioso manto estrellado que nos arropa, indiferente de cómo seamos cada uno, ofreciéndonos a todos luz y calma por igual, sin pensar quién habrá hecho lo correcto o quién habrá errado durante el día, aceptándonos solo por el mero hecho de estar aquí abajo (aunque muchos de nosotros siempre estemos más allá de nuestro cuerpo, perdidos en nuestro propio universo).


Tras el atardecer, tú y yo somos iguales. La oscuridad nos hace iguales, como el momento de la muerte. Solo que este instante podemos disfrutarlo… y repetirlo.