Conocí una vez a una
niña muy interesante.
Era realmente asustadiza. No
podía caminar sola por la calle, no podía ver ninguna película de terror, no
podía cruzar un pasillo a oscuras, no podía dormir sin música… Era el miedo
encarnado.
O al menos, eso creía
yo.
Siempre la debía llevar de la
mano, a mi vera, para que fuese capaz de alcanzar sus metas. Porque sí, joder
si las tenía. Sus sueños eran aquellos que nadie se atrevería a anhelar. Pero
ella, pese a todo su miedo, quería intentarlo.
Y lo intentó.
Y lo logró. Sin embargo, dejó de
necesitar mi ayuda para ello. A cada paso que ella daba hacia delante, soltaba
un dedo más de mi mano. Ya no necesitaba sentirse atada a algo para continuar
hacia delante.
Se iba convirtiendo
en mujer.
Pero al mismo tiempo, yo me iba
convirtiendo en niña. Cuanto más se alejaba ella de mí, cuanto más era capaz de
caminar sola, de pasearse por la oscuridad, más pánico sentía yo. Me estaba
quedando sola.
Moría de miedo.
Ella acabó desapareciendo de mi
vida. Supe que acabó siendo una mujer que había cumplido sus sueños y que era
realmente feliz. Sentí alegría por ella, pero yo me sentía tan perdida que no
sabía hacia donde avanzar.
Así que me quedé
parada.
Observaba todo cuanto había a mi
alrededor. Intentaba encontrar a alguien que me necesitara, alguien que
quisiese cogerme de la mano para alcanzar sus sueños, alguien que tuviera
miedo. Porque si alguien tenía miedo, yo me veía obligada a no tenerlo.
Pero no lo encontré.
Y me quedé sola. Como en realidad
siempre lo había estado. Fue entonces cuando vislumbré mi futuro si continuaba
así, vagando errante… sin sueños. Creo que en ese momento, abrí los ojos.
O tal vez los cerré.
No lo recuerdo.
En ese instante, empecé a soñar.
Tras tocar fondo, tras pensar que moriría sin anhelos ni metas, encontré una.
Esa meta, ese objetivo, me hizo volver a sentir. Y no, ya no sentía miedo. Y
no, tampoco necesitaba a nadie.
Sentía decisión.
Así que me embarqué en el viaje
en el que me encuentro todavía. Viendo el mundo, conociendo, aprendiendo,
disfrutando… viviendo. Sin necesidad de nadie. Siendo capaz por mí misma.
Atreviéndome a todo.
Siendo yo misma.
Feliz.
Viviré mi sueño. Lo sé seguro. Y
cuando lo haga, volveré a encontrarme con esa niña y le diré: “por fin de nuevo
juntas. Sé que ya eras una mujer, pero necesitaba recordar lo que era el miedo
para encontrarme con la valentía, por eso te vine a buscar”.