domingo, 22 de marzo de 2015

El valor de una niña.

Conocí una vez a una niña muy interesante.

Era realmente asustadiza. No podía caminar sola por la calle, no podía ver ninguna película de terror, no podía cruzar un pasillo a oscuras, no podía dormir sin música… Era el miedo encarnado.

O al menos, eso creía yo.

Siempre la debía llevar de la mano, a mi vera, para que fuese capaz de alcanzar sus metas. Porque sí, joder si las tenía. Sus sueños eran aquellos que nadie se atrevería a anhelar. Pero ella, pese a todo su miedo, quería intentarlo.

Y lo intentó.

Y lo logró. Sin embargo, dejó de necesitar mi ayuda para ello. A cada paso que ella daba hacia delante, soltaba un dedo más de mi mano. Ya no necesitaba sentirse atada a algo para continuar hacia delante.

Se iba convirtiendo en mujer.

Pero al mismo tiempo, yo me iba convirtiendo en niña. Cuanto más se alejaba ella de mí, cuanto más era capaz de caminar sola, de pasearse por la oscuridad, más pánico sentía yo. Me estaba quedando sola.

Moría de miedo.

Ella acabó desapareciendo de mi vida. Supe que acabó siendo una mujer que había cumplido sus sueños y que era realmente feliz. Sentí alegría por ella, pero yo me sentía tan perdida que no sabía hacia donde avanzar.

Así que me quedé parada.

Observaba todo cuanto había a mi alrededor. Intentaba encontrar a alguien que me necesitara, alguien que quisiese cogerme de la mano para alcanzar sus sueños, alguien que tuviera miedo. Porque si alguien tenía miedo, yo me veía obligada a no tenerlo.

Pero no lo encontré.

Y me quedé sola. Como en realidad siempre lo había estado. Fue entonces cuando vislumbré mi futuro si continuaba así, vagando errante… sin sueños. Creo que en ese momento, abrí los ojos.

O tal vez los cerré. No lo recuerdo.

En ese instante, empecé a soñar. Tras tocar fondo, tras pensar que moriría sin anhelos ni metas, encontré una. Esa meta, ese objetivo, me hizo volver a sentir. Y no, ya no sentía miedo. Y no, tampoco necesitaba a nadie.

Sentía decisión.

Así que me embarqué en el viaje en el que me encuentro todavía. Viendo el mundo, conociendo, aprendiendo, disfrutando… viviendo. Sin necesidad de nadie. Siendo capaz por mí misma. Atreviéndome a todo.

Siendo yo misma. Feliz.

Viviré mi sueño. Lo sé seguro. Y cuando lo haga, volveré a encontrarme con esa niña y le diré: “por fin de nuevo juntas. Sé que ya eras una mujer, pero necesitaba recordar lo que era el miedo para encontrarme con la valentía, por eso te vine a buscar”.

lunes, 9 de marzo de 2015

Asifixia.

Una oscuridad creciente se sumía sobre sí misma. Las pocas velas se iban desintegrando poco a poco. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Todo era relativo. Sus pensamientos no le permitían escuchar el correr del reloj. Eran pensamientos calmados, tranquilos, infinitos. No pretendían atormentar su alma, sino todo lo contrario.

Su voz interior le pedía paz.

Acariciaba su tez a la par que recordaba la sensación del frío erizándole la piel. Sin embargo, se encontraba sumergida en el más profundo infierno. No porque estuviera pasándolo mal, sino porque había conocido los mayores pecados y se había codeado con los cuerpos más ardientes.

Su cuerpo buscaba el frío.

Por un momento, entre el maremoto intangible de sensaciones, un pesado silencio perpetró sus oídos, empujándola hacia abajo, empujando para que se ahogara. Bajo la presión de todos esos litros, su pecho oprimía cada vez más su corazón, encogiéndolo como si un puño hubiera decidido romper una pared de un cabezazo.

Sus latidos la mataban.

Pero a ella le daba igual. Continuaba sumergida, omitiendo pensamientos, omitiendo sensaciones. Tan solo se dejaba llevar por la presión, por los latidos, por la piel erizada… por los recuerdos… por las sonrisas marcadas a fuego. Todo aquello pertenecía a su alma, era inseparable, imparable, inamovible.
Sus ojos se abrieron.

En tan solo un instante, pudo ver todo lo que se encontraba alrededor de ella: todas las velas habían perecido, el sonido del reloj se había detenido por completo, su cuerpo ya no sentía ni frío ni calor, su pecho ya no sentía presión, sus oídos ya no escuchaban sus latidos… Tal vez debió salir a coger una bocanada de aire antes.

Ahora era un cúmulo de sensaciones muertas.