Latidos. Lentos. Crujen.
Lo guardé en un puño. Alguien lo
abrió y se lo comió frente a mí.
Ahora, cuando camina, se escucha
cómo retumba.
Y se escucha un ligero llanto
detrás.
Siempre atada. Siempre esclava.
Pero estoy bien así. No me
importa.
Prefiero sentir dolor a no sentir
nada.
¿Qué sería entonces?
Sin mi alegría no soy nadie. Pero
sin sentimientos no soy nada.
Estoy aquí para que algo de mí
suene en el mundo.
Aunque sea el amasijo revuelto de
los pedazos de mi corazón.
Chocando entre ellos en su
estómago.
¿Por qué los puso en su estómago?
Se suponía que lo iba a unir al
suyo.
No que se lo iba a comer.
Delante de mí. Torturándome.
Ahora, mi llanto es mi melodía.
Y la de toda mi vida. No solo del
momento.
Tal vez alguna vez decida vomitar
los pedazos.
Y yo estaré ahí para unirlos con
sus jugos gástricos.
Qué desagradable. Pero qué
oportuno.
Ni siquiera sé si tiene sangre en
las venas.
Tendré que descubrirlo.
No me queda otra.