No han tocado a la puerta. No has escuchado las llaves
abriéndola. Pero sí que has escuchado ese crujido tan particular que tiene al
abrirse lentamente. Casi como un quejido. Casi como un lamento.
Permaneces inmóvil en tu habitación. Estás sentada de
espaldas a la oscuridad del pasillo. No quieres girarte. No quieres mirar. Pero
sabes lo que es.
Ha vuelto.
Creías haberla enterrado. Creías que había desaparecido para
siempre. Pero en el fondo sabías que estaba ahí. Que nunca se había marchado.
Que volvería para sumirte en la peor desgracia que podrías sufrir.
Sientes cómo se va aproximando. Tu miedo aumenta. Tus ojos se
vuelven cristalinos. Tu respiración se entrecorta. Tus palpitaciones se
aceleran. El nudo en la garganta te quema.
Sabes que no hay escapatoria.
Llevas toda tu vida huyendo de ella.
Tal vez ha llegado el momento de aceptarla y convivir a su
lado. Dejar que te desgarre. Que te destroce. Que te utilice. Que te manipule.
Antes de que te des cuenta ya está en el umbral de la puerta.
Sientes cómo sonríe, aunque no la estés viendo. Aunque no haya hecho ningún
ruido. Aunque no quieras creerlo.
Se aproxima a ti. Tú continúas con la mirada fija en la
pantalla del ordenador. La hoja en blanco deslumbra tu cara. La tenue luz que
llega desde tu espalda crea una sombra, pero no es la tuya. Es mucho más
grande. Y va creciendo. Crece hasta que cubre toda la luz. Dejando solo la
pantalla iluminada.
Una especie de garra te acaricia el pelo. Baja hasta tu
hombro y empieza a deslizarse por tu brazo hasta llegar a tu mano. Se acomoda
en ella. Casi entrelazando lo que parecen que son sus dedos con los tuyos.
Se apoya en ti. Su respiración está en tu oído. Es realmente
gélida. Te lame el lóbulo de la oreja. Tu cuerpo se congela. Su garra comienza
a manejar tu mano sobre el teclado.
A
Tu corazón parece que va a estallar.
D
Todo tu cuerpo empieza a doler.
I
Sabes perfectamente que vas a sufrir.
O
Pero lo único que piensas: “por fin se acabó”
S.