23 de abril. Un día tan bueno como otro cualquiera para
plantearse su existencia.
Se incorpora en la cama. No puede dormir. Las bestias a ambos
lados del colchón roncan demasiado, pero ella no quiere despertarlas. Sería una
falta de respeto.
Se observa en el espejo. Su mirada parece estar tan rota como
ella. No está segura de lo que quiere ni de lo que necesita. Una de las bestias
se despierta y la acompaña en la imagen. El cuarto completamente desordenado va
a juego con su maquillaje corrido y los pelos despeinados de la bestia por
estar recién despertada.
Le gusta esa imagen. Es el vivo reflejo de su vida. Decide
hacer una foto. La bestia intenta sonreír mientras ella permanece inmóvil,
seria, casi triste. Pero ambas quedan con un gesto indiferente ante el sonido
de la cámara.
Se despierta la otra bestia. Decide unirse a ellas. Las tres
se sientan al borde de la cama. La primera bestia que despertó tiene su mano
posada sobre la rodilla de ella, pero no la mira directamente. Solo a través
del espejo. Como si viviese a través de él, no directamente en la realidad.
La otra bestia tiene su brazo sobre los hombros de ella.
Parece intentar reconfortarla de alguna forma, sin embargo, solo consigue echar
su peso sobre su espalda y hacer que se sienta más incómoda.
Se levanta, apartando a ambas bestias. Va al servicio. Se
echa agua en la cara. No se seca con la toalla. Vuelve al cuarto y abre la
ventana. El frío roza su piel y ella cierra los ojos, pero vuelve a sentir el
calor de las bestias a su lado. Les suplica que vuelvan a dormir, que necesita
estar sola, pero ellas se niegan.
Se sienta en la silla con un suspiro y enciende el cigarro.
No le gusta que se quede el olor en su cuarto, pero qué remedio. La tormenta
eléctrica que hay fuera le da demasiado miedo como para salir al balcón. Se
queda pensativa observando la pared. No piensa en nada realmente. Ya ha pensado
demasiado por hoy.
Tal vez era hora de dejar que las bestias subieran a la cama
y dormir con ellas. Tal vez así conciliaría el sueño. Pero no está segura de
darles esa libertad. Le aterra pensar que sean como esa pitón que dormía con su
dueña, calculando día a día cuándo podría comérsela. No quiere que la devoren.
Al menos no todavía.
Se da la vuelta, ignorando las miradas de las bestias y toma
la foto. No se ve nada. Está completamente oscura con tan solo tres destellos
en ella, como si fueran cada una de las bestias y ella. Vuelve a suspirar.
Empieza a creer realmente que no está aquí, que vive más allá de los reflejos.
Las bestias sienten su dolor y la abrazan. Ella comienza a
llorar. Entre ambas la cogen y la llevan a la cama, la arropan y se tumban una
a cada lado. Ella sigue llorando hasta que acaba agotada y queda profundamente
dormida entre el calor de las bestias.
Tal vez su lugar es ahí. Justo entre sus bestias. Esperando a
que se la coman en cuanto puedan.