miércoles, 21 de enero de 2015

Tentar a la suerte.

¿Sabéis? Uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando era niña fue aquella vez en la que, con tan sólo tres añitos, escalé hasta lo más alto de la pirámide, No sé si alguna vez las habéis escalado. Son esas estructuras que hay en las playas en forma de pirámide que se asemejan a una tela de araña. Creo que fue la primera vez que sentí lo que era el riesgo y, la verdad, lo disfruté muchísimo (hasta que mi madre vino a darme unas cuantas palmadas en el culo y a reñirme, obviamente).

Desde entonces lo supe.

Mi vida no estaba destinada a algo “corriente”. Yo necesitaba el riesgo, la emoción, la incerteza del qué pasará, el peligro que existe en cada esquina (si se tuerce por el desvío adecuado). Y desde ese instante siempre me encuentro buscando nuevas aventuras que lleven mi alma al puro éxtasis, que la adrenalina colme mi cuerpo hasta los más recónditos resquicios y toda mi presencia tiemble al son de los latidos acelerados que marcan el paso frenético de mi existencia.

Busco los límites de las sensaciones.

Sin embargo, no es tan sencillo. Las responsabilidades siempre se encuentran de por medio (y juro que intento ser una chica responsable), imposibilitando que realice todas las locuras que surgen en mi mente. Tal vez, por este motivo, terminé siendo muy crédula. Porque soy realmente crédula. Creo en fantasmas, en supersticiones, en ese “algo más” que hay en un plano paralelo. Gracias a esto, en muchas ocasiones, el miedo colma todos mis pensamientos (y sé que a vosotros también, sino seríais capaces de recorrer vuestro pasillo a oscuras sin necesidad de correr).

Me encanta el miedo. Lo ansío.

Porque, para mí, superar esos miedos significa superarme a mí misma y, al superarlos, obtengo ese éxtasis que siempre ando buscando. Ese miedo puede surgir de las más nimias cosas de la vida: desde romper un espejo y asustarte por esos 7 años de mala suerte que te pueden acontecer, hasta caminar sola por la noche y temer que te violen o te secuestren. Aunque, desde luego, nada se asemeja a dormir sola tras ver una película de terror (Babadook me persigue todavía, maldito sea).

Así que yo misma produzco situaciones en las que sienta miedo.

Siempre que puedo, intento realizar todo aquello que las supersticiones dicen que no se debe hacer: derramo sal sobre la mesa, me niego a tocar madera cuando alguien lo dice, mi número favorito es el 13 (y adoro cuando en la noria me toca el 13 amarillo), si alguna atracción cruje me gusta mucho más (tal vez por eso me encantó “Estampida” en Port Aventura), voy en busca de cruzarme gatos negros (incluso tuve uno que se llamaba Gogolino), me encanta sentarme justo en los barrancos, hablar con desconocidos es mi pasatiempo favorito, salir a pasear sola es mi mayor entretenimiento… Por supuesto, también pretendo realizar todos y cada uno de los deportes de riesgo que se han inventado y están por inventar. 

Porque me encanta exponerme así, porque la adrenalina da sentido a mi existencia, porque, en definitiva…


Adoro tentar a la suerte.

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