¿Habéis
escuchado la expresión “lo importante no es el destino, sino el recorrido”? Voy
a dar por sentado que sí (quien no la haya escuchado, muy poca cultura tiene).
Esta
frase siempre me la repito a lo largo de mi vida, pero la mayoría de veces
surge en mi mente cuando mi destino es realmente importante, cuando no estoy
realizando un viaje metafórico, sino que estoy realizando un viaje hacia algún
lugar. En estos momentos, cuando voy en coche, en tren, en autobús… y miro por
la ventana, dejándome llevar por la elegancia del paisaje, por la
heterogeneidad de sus colores, por la luz del Sol bañando cada rincón, por el
aire meciendo las copas de los árboles, por los ríos fluyendo por su cauce
tranquilamente; viene a mi mente esa frase y no puedo evitar que una sonrisa
irónica se forme en mi rostro. En ese instante me digo: “menuda tontería.
¿Quién puede desear que el recorrido sea largo, quién puede realmente
disfrutarlo si lo que más ansía es llegar a su destino?” Y me veo, como
siempre, contando los minutos que quedan para bajar del transporte y correr (sí,
correr, casi siempre acabo corriendo) hacia ese lugar tan deseado.
Puede
que alguien me contradiga diciéndome que entonces por qué me he fijado tanto en
el paisaje, que por qué sé que en ese trayecto el Sol inundaba todo el exterior
avivando los colores de la naturaleza, que por qué sé que el río fluía
tranquilamente y no bravo por ser muy caudaloso, que por qué sé que el aire
acariciaba las hojas y no las azotaba con furia. Ante eso tan sólo puede aparecer
otra sonrisa irónica en mi cara, pero no respondería, tan sólo miraría a la
lejanía y volvería a pensar en mi destino, en ese lugar.
Y es
que, ¿quién sería capaz de disfrutar de semejante cúmulo de belleza si la
verdadera belleza, la única belleza que ansía no está a su lado, sino al final
de ese camino? El paraíso se halla al final de ese recorrido y sólo puedo
desear que el tiempo corra lo más deprisa posible para alcanzarlo cuanto antes.
Y, una vez estoy allí, aplico un poco de hipocresía (tanta hay en esta sociedad
que me permito usarla de vez en cuando a mi favor) y entonces hago que esa
frase vuelva a resonar en mi cabeza “lo importante no es el destino, sino el
recorrido” y me la creo. Pues en el momento en el que estoy en el paraíso,
quiero que el camino sea eterno. Quiero pararme en cualquier momento, en
cualquier situación y observar detenidamente lo que se encuentra a mi lado.
Supongo
que a muchos os ocurre lo mismo, pues voy a dar por sabido que casi todos tenemos
un paraíso lejano, un pedazo de cielo en la tierra, un oasis en medio del
desierto, o, si nos ponemos algo más realistas, una chocolatería abierta a las
tantas de la madrugada tras volver de fiesta. Todos tenemos un lugar que
aparece en nuestros sueños como el deseo más anhelado de nuestro subconsciente.
No obstante, yo tengo muy asumido que es el deseo más anhelado de mi
subconsciente, de mi parte consciente y
de la inconsciente. Cada parte de mi ser susurra, si bien no lo grita en silencio,
que su mayor meta es permanecer allí, aplicando esa querida frase tan usada de
manera hipócrita (al menos por mi parte).
Entonces,
yo me pregunto algo, ¿cuál es el lugar en el que queremos perdernos? ¿Cuál es
ese rincón en la Tierra en el que desapareceríamos de muy grata forma? (Os
aseguro que me lo cuestiono prácticamente a diario, sobre todo cuando voy de
viaje; miro a todos los pasajeros y me pregunto qué les lleva a la misma parte
del mundo que a mí. Algún día encontraréis a una chica alocada que irá preguntándoselo
a todas las personas del autobús, así que no os asustéis). Mi lugar es muy
sencillo, pero los dichosos kilómetros me lo impiden. Parece que disfrutan con
ello, como cuando me voy alejando de allí, cada kilómetro recorrido es como una
burla nueva recordándome que me separan de mi pedazo de cielo.
Me
gustaría, pues, si alguien lee este desvarío, que me contase cuál es ese
rincón en el que se apartaría para vivir para siempre, ese rincón por el que
siente que cuando se encuentra alejado, va muriendo poco a poco, a base de
suspiros de añoranza.
Por
cierto, creo que mi lugar más anhelado está bastante claro. Ese sitio en el que
encantada moriría, ese sitio en el que mis sueños se hacen realidad, ese sitio
en el que no hay más pesadillas ni más intentos infructuosos de ser
completamente feliz, ese sitio idílico con el que despierto cada día en mente…
ese sitio son sus brazos.
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